viernes, 9 de mayo de 2014

EL MONSEÑOR GUILLÉN (ese joven de 76 años) Si alguien quiere obtener su Doctorado en la especialidad de público de teatro, debería asistir a la “Misa de Hécuba”, versión libre de Edgard Guillén sobre Hécuba de Eurípides. Como primer impacto sobrecoge la colosal puesta en escena en su derroche de escenografía, vestuario, maquillaje, iluminación y efectos especiales, que no existen, porque esta parafernalia brota de los actores, llevándonos a todos los escenarios desde donde transcurre esta historia de palacios, cavernas, templos, tumbas y mares. Y es que hay que aceptarlo, al estar casi desnudos, es la potencia descomunal de sus voces y cuerpos los que fabrican en la imaginación del espectador, precisamente, la magia del teatro, eso que no está pero que salta a nuestra vista inevitablemente. La obra es bella en exceso, y en la línea del exceso para ser coherente o más precisamente, justo, Guillén como Hécuba y Clever Serrano como muchos personajes, incluido uno inclasificable, dibujan una atmósfera de tragedia que no deja respirar. La técnica de ambos es impecable, y el vuelo que toma la obra en un momento donde no se sabe si esos seres en el escenario, son reyes o mendigos, actores, seres humanos comunes o corrientes, o no sé qué, logra uno de los tantos clímax que se suceden con una sensualidad sagrada como homenaje a la plasticidad, que complementa a la dramaturgia, esa relojería acelerada y lenta que en una cadencia virtuosa nos cuenta una historia de terror invisible sobre la condición del ser humano. Se ha dicho hasta la saciedad que Guillén ya es un actor de culto, y lo sigue siendo, al lado de un extraordinario Clever Serrano que enmarca este rito sobrecogedor, lleno de gritos en todos sus tonos y colores. No tengo pudor en recoger este sentir que muchos tildarán de hipérbole, porque ante tanta decadencia artística por la que atraviesa el país, ¿por qué no destacarlo? Sobre el argumento, es muy sencillo, lo encuentran en cualquier periódico, de ayer, de hoy, o de mañana. No tendrán que abrirlo, vean solo los titulares en cualquier quiosko. Esta misa saca de los altares a esos tigres de papel que ni siquiera maúllan y que está compuesto de nuestra clase política. ¿Algo que no funcione?, ¿Algo que no guste? Búsquenlo. Difícilmente lo encontraran. Al final, lo usual, el público ovaciona de pie, emocionado, emocionado…se hace un silencio, Guillén nos dedica unas palabras ya fuera del personaje, y entonces, algo más usual aun sucede, un celular, probablemente el de Eurípides, interrumpe el agradecimiento del primer actor nacional. Amén. Fernando Olea.

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